Entre octubre de 2008 y diciembre 2009 se perdieron casi 38 mil empleos formales en El Salvador. Ello como consecuencia de la crisis financiera mundial del 2008 y sus efectos en la economía salvadoreña. No fue sino hasta en marzo de 2011 que se alcanzó el nivel de empleo previo a la crisis. Miles de familias sufrieron la incertidumbre, ansiedad y carencias que se producen cuando se pierden fuentes de ingreso. Esa fue la última recesión económica que enfrentó nuestro país… hasta ahora.
Hasta hace poco, muchos pensábamos que, en términos económicos, el 2020 se parecería a 2019: una tasa de crecimiento del orden del 2.5 %, una generación de empleos formales modesta, pero al menos con crecimiento positivo. Pero todo cambió en cuestión de semanas. Y las consecuencias de la emergencia por el coronavirus en la economía de los hogares no se han hecho esperar. Los efectos los están sintiendo ya los restaurantes, comercios, el sector turismo; todos aquellos negocios que súbitamente están viendo un desplome de sus ingresos, tanto por las necesarias restricciones impuestas por el Gobierno, como por la caída de la demanda de consumidores más cautos como consecuencia del temor que ha generado la pandemia mundial.
Los efectos no se limitan a los restaurantes, hoteles y comercios, se extiende a las empresas que exportan –como las maquilas– que ven reducidas sus órdenes de compra. Los efectos los sienten los vendedores ambulantes, los emprendedores, empresas de todo tamaño que de pronto enfrentan dificultades para pagar la planilla, honrar sus créditos. La intensidad de la afectación varía entre empresas y sectores, pero lo cierto es que debemos actuar ya y actuar con contundencia para hacer frente a una inminente recesión económica. Porque a toda costa debemos evitar que los hogares salvadoreños –en especial los más vulnerables– padezcan los efectos negativos de esta crisis.
¿Qué debemos hacer?
Como punto de partida, es importante que dimensionemos la magnitud del desafío que tenemos frente a nosotros y las secuelas que puede tener en el bienestar de las familias salvadoreñas. Este es el momento de dejar en un segundo plano las diferencias, es el momento de unirnos y reconocer que debemos trabajar por dos objetivos: preservar vidas, ante todo, y mitigar los efectos en los ingresos y el bienestar de los hogares.
A nivel internacional, la crisis ha dado lugar a un debate muy interesante en torno a medidas económicas audaces que los gobiernos pueden tomar para mitigar los impactos, medidas que incluyen: exoneración del pago de contribuciones a la seguridad social, extensiones de pagos de créditos en empresas con problemas financieros, postergación de pagos de impuestos, etc. Mientras escribo esta columna, leo que el Gobierno de Estados Unidos está respaldando una propuesta para enviar un cheque por $1,000 a los ciudadanos estadounidenses en las próximas dos semanas, como medida inmediata para mitigar los efectos económicos.
En El Salvador no podemos pretender solamente copiar medidas implementadas en otros países a partir de otras realidades, pero sí debemos estudiar acciones que puedan ayudar a mitigar los efectos económicos, considerando las particularidades de la economía salvadoreña y los objetivos perseguidos.
Concretamente, y con el fin de ir propiciando la necesaria discusión en torno a las medidas económicas, se podrían analizar las siguientes:
Cada propuesta, cada medida, debe ser transparente en términos de los beneficios esperados, a quién se busca beneficiar y cuánto costará. De lo contrario se corre el riesgo de que, en esta calamidad, se tomen decisiones que no beneficien a las poblaciones que las necesitarán. Porque, no nos confundamos, de lo que se trata es de proteger a las poblaciones que verdaderamente se verán afectadas por la crisis económica del coronavirus.
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